domingo, 10 de septiembre de 2017

SOLILOQUIO DEL ESTUDIANTE

Me despierto y me estiro. Pongo cada hueso en su lugar antes de mirar el reloj. El tiempo existe sólo en la realidad y yo todavía quiero soñar.

Cuando finalmente me levanto me miro las manos y con ellas me toco la cara, las piernas, los brazos. Llego al baño y me quito la ropa, me ducho. Pienso en todo lo que tengo que hacer, que estudiar y las gotas consuelan a los músculos de mi espalda, cansados de estar encorvados sobre un pupitre.

Salgo de la lluvia para encontrarme en mi cama, envuelta en una toalla mirando el techo. No sé cuánto tiempo paso ahí tirada, pensando en todo, pensando en nada, evadiendo mis responsabilidades. Suficiente tiempo para que mi teléfono cobre vida como la más temblorosa y enojada de las criaturas. Espero un poco más, mantengo la respiración así no vuelve a despertarse. No funciona, no soy yo la que lo hace gruñir. Lo abro y veo miles de mensajes, o tal vez sólo cinco. Mi madre preguntando a qué hora salgo hoy del colegio, múltiples saludos de alguien que claramente me va a pedir algo y uno del grupo del curso.

Respondo a mi madre e ignoro al resto, segura de que alguien más sabrá aclarar sus dudas. Procedo a vestirme. Jeans y remera sobre la ropa interior. ¿Con medias o sin medias? Muevo los dedos de mis pies, esperando una respuesta. Sin medias. Hojeo un poco mis cuadernos como excusa para ver televisión, la culpa que me consumía en primero muerta hace mucho bajo el peso de mi irresponsabilidad.

Espero al último minuto para salir de mi casa. El exterior, frío e imperdonable. El colectivo tarda, como siempre.

A mitad del viaje, crece en mi esa sensación que nos da a veces, de que nos estamos olvidando algo. Lo ignoro y trato de dormir.

Llego al colegio frotándome las lagañas de los ojos, confundida ante el silencio que parece reinar en el aula.

Cansada, me siento en mi banco y prendo el celular. Miro los mensajes, el primero de cincuenta,
"Che, ¿alguien estudió para hoy?".}

-Por María Cecilia Maldonado